Relato corto 6
Estaba medio adormecido en la cama. Era un domingo por la mañana de
finales de primavera, los primeros rayos del sol empezaban a
vislumbrarse entre las rendijas de la persiana.
Noté como retiraban la sabana que me cubría, como se deslizaba lentamente, descubriendo mi espalda, mi culo y mis piernas, dejando mi cuerpo desnudo.
Intenté darme la vuelta y la vi por unos pocos segundos. Seductora y sensual como siempre, solo vestida con un hermoso corset negro brocado, con un acabado en blonda y una minúscula braguita también negra.
Antes que pudiese darme la vuelta, apoyó sus manos en mis hombros y sentí como sus muslos se asentaban a lado y lado de mis posaderas.
- “Buenos días, mi perro.” Me susurró lascivamente en el oído.
- “Buenos días, mi señora.” Le respondía mientras sentía como se deslizaba la piel del collar por mi cuello.
Siempre me excito cuando me pone el collar, se que en ese momento le pertenezco y le debo respeto, soy suyo y puede hacer conmigo lo que desee. Y así sería.
Me cubrió los ojos con un pañuelo que anudó fuertemente y sin contemplaciones.
Salió un momento de la habitación. Al volver se quedó de pie al lado de la cama.
No tardé en sentir un fuerte cachete en mi trasero, a mi parecer, por un objeto de madera, no muy grande, quizás un cepillo.
Notaba como el escozor se extendía desde la zona del impacto por toda mi nalga izquierda. Le siguió otro en la nalga derecha y así alternativamente, con ínfimas pausas entre ellos, hasta tener las nalgas ardiendo.
- “De rodillas.” Me ordenó al terminar.
Acarició mi dolorido culito, realizando un suave masaje, para que me recuperase.
Aún sentía como me abrasaba mi trasero, cuando comenzó a estimular la zona del esfínter, tanteándolo con la yema de su dedo y aplicándome una crema lubricante. Pasó a introducirme uno de sus dedos, después dos.
Cuando ya se había recreado bastante, oí como trasteaba en el cajón donde guardamos los “juguetes”.
Cogió uno y, con su punta, recorrió toda mi espalda, hasta que al llegar a final de la misma, y sin pausa alguna lo empujó introduciéndolo hasta la mitad.
Mi espalda se curvó y emití un leve gemido.
- “¿No te gusta, perro?” Preguntó con un tono sarcástico.
- “No es eso, señora…” Una segunda acometida me interrumpió. Mientras con una mano movía el “juguete” dentro de mí, con la otra me propinaba algún que otro azote.
Una mezcolanza de sensaciones me desbordaban, excitación, dolor, placer, humillación, deseo…
Me dijo que me pusiese de rodillas en un lateral de la cama.
Mientras volvía a revolver en el cajón de los “juguetes” y al momento oí el inconfundible tintineo de unas esposas.
Me esposó con las manos a la espalda y después se sentó frente a mí. Con una mano retiró el fino trozo de tela de sus braguitas que cubría su sexo y, con la otra en mi nuca, acercó mis labios a su sexo.
- “Deléitate, perro.” Dijo al tiempo que oprimía mi rostro contra su sexo.
Me recreé con el regalo recibido hasta que mí Ama se estremeció y se aferró a mi cabeza con todas sus fuerzas, empujándola hacia ella hasta casi ahogarme.
Dejó escapar un leve suspiro, me soltó y dijo:
- “Límpiate y prepárame el desayuno.”
Noté como retiraban la sabana que me cubría, como se deslizaba lentamente, descubriendo mi espalda, mi culo y mis piernas, dejando mi cuerpo desnudo.
Intenté darme la vuelta y la vi por unos pocos segundos. Seductora y sensual como siempre, solo vestida con un hermoso corset negro brocado, con un acabado en blonda y una minúscula braguita también negra.
Antes que pudiese darme la vuelta, apoyó sus manos en mis hombros y sentí como sus muslos se asentaban a lado y lado de mis posaderas.
- “Buenos días, mi perro.” Me susurró lascivamente en el oído.
- “Buenos días, mi señora.” Le respondía mientras sentía como se deslizaba la piel del collar por mi cuello.
Siempre me excito cuando me pone el collar, se que en ese momento le pertenezco y le debo respeto, soy suyo y puede hacer conmigo lo que desee. Y así sería.
Me cubrió los ojos con un pañuelo que anudó fuertemente y sin contemplaciones.
Salió un momento de la habitación. Al volver se quedó de pie al lado de la cama.
No tardé en sentir un fuerte cachete en mi trasero, a mi parecer, por un objeto de madera, no muy grande, quizás un cepillo.
Notaba como el escozor se extendía desde la zona del impacto por toda mi nalga izquierda. Le siguió otro en la nalga derecha y así alternativamente, con ínfimas pausas entre ellos, hasta tener las nalgas ardiendo.
- “De rodillas.” Me ordenó al terminar.
Acarició mi dolorido culito, realizando un suave masaje, para que me recuperase.
Aún sentía como me abrasaba mi trasero, cuando comenzó a estimular la zona del esfínter, tanteándolo con la yema de su dedo y aplicándome una crema lubricante. Pasó a introducirme uno de sus dedos, después dos.
Cuando ya se había recreado bastante, oí como trasteaba en el cajón donde guardamos los “juguetes”.
Cogió uno y, con su punta, recorrió toda mi espalda, hasta que al llegar a final de la misma, y sin pausa alguna lo empujó introduciéndolo hasta la mitad.
Mi espalda se curvó y emití un leve gemido.
- “¿No te gusta, perro?” Preguntó con un tono sarcástico.
- “No es eso, señora…” Una segunda acometida me interrumpió. Mientras con una mano movía el “juguete” dentro de mí, con la otra me propinaba algún que otro azote.
Una mezcolanza de sensaciones me desbordaban, excitación, dolor, placer, humillación, deseo…
Me dijo que me pusiese de rodillas en un lateral de la cama.
Mientras volvía a revolver en el cajón de los “juguetes” y al momento oí el inconfundible tintineo de unas esposas.
Me esposó con las manos a la espalda y después se sentó frente a mí. Con una mano retiró el fino trozo de tela de sus braguitas que cubría su sexo y, con la otra en mi nuca, acercó mis labios a su sexo.
- “Deléitate, perro.” Dijo al tiempo que oprimía mi rostro contra su sexo.
Me recreé con el regalo recibido hasta que mí Ama se estremeció y se aferró a mi cabeza con todas sus fuerzas, empujándola hacia ella hasta casi ahogarme.
Dejó escapar un leve suspiro, me soltó y dijo:
- “Límpiate y prepárame el desayuno.”
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