Relato corto 8



Entré en la sala con la cabeza gacha, pero no pude evitar mirarla disimuladamente. Realmente era una visión majestuosa. Estaba sentada al fondo de la sala en un sillón de cuero negro. Vestía un corsé vintage entallado, de blonda negra sobre una tela de color rojo vino, una falda gótica negra con tul transparente abierto, que dejaba ver sus perfectas piernas cruzadas, y unos zapatos negros de punta estrecha y con un tacón plateado de no menos de 15 cm.
En el centro de la sala una solitaria silla rústica de madera con apoyabrazos.
—"Siéntate." —Me ordenó, al tiempo que ella se levantaba.
Yo, vestido tan solo con mi collar y un simple bóxer de cuero negro, obedecí servilmente.
Ató mis tobillos a las patas de la silla y mis muñecas detrás del respaldo con cuerdas.
Seguidamente me puso una mordaza de bola en la boca, que ajusto con firmeza.
La mordaza no me dejaba tragar y pronto mi saliva empezó a resbalar por mi barbilla cayendo sobre mí pecho.
Se puso frente a mí y, tras agarrar fuertemente mi pelo, apoyó la suela de su zapato en mis genitales, que empezó a aplastar sin ningún tipo de misericordia.
Soltó mí pelo y me dio un par de fuertes bofetones, agarró mis pezones y empezó a retorcerlos, sin dejar de pisotear, cada vez más fuerte, mis genitales.
—“Sabes que me perteneces.” —Dijo con tono de superioridad.
Yo asentí levemente con la cabeza.
Me propinó un enérgico bofetón y apuntó con el fino tacón de su zapato mis genitales, empezando a hacer presión sobre ellos.
—“Sabes que me perteneces.” —Repitió.
—“Si, AMA.” —Balbuceé, asintiendo más notoriamente.
Una lágrima recorría mi mejilla hasta llegar a mezclarse con la saliva que brotaba de la comisura de mis labios. Sentía que no podía aguantar mucho más. Entonces levantó su pie y soltó mis pezones, tenía ambas zonas sumamente doloridas y sentí una gran sensación de sosiego.
Mi alivio fue breve, pues, tras ir a por una vela y prenderla, empezó a derramar cera sobre mi pecho, en especial sobre mis torturados pezones. La sensación de calor en ellos era muy intensa, pero me creaba una extraña excitación. Siguió dejando gotear la cera hasta cubrir completamente ambos pezones y todo su contorno.
Apagó la vela, me quitó la mordaza de bola y me besó en la boca. Cerré los ojos intentando degustar al máximo ese momento de relajación.
No había abierto aún los ojos cuando percibí un olor a cuero. Sin tiempo a reaccionar, la fina punta de su zapato se introdujo en mí boca. Empujó firmemente hasta que me atraganté, retiró levemente su zapato y, sin darme un respiro, volvió a hundirlo en mí boca.
Se quitó el zapato, me ofreció su pie desnudo y dijo:
—“Lámelo, perro.”
Obedientemente me puse a lamerlo con devoción y esmero.
Entonces, empezó a introducirme los dedos de su pie dentro de mí boca, los sacaba y recorría todo mí rostro con ellos, desde mí frente hasta mí boca, donde los volvía a introducir para repetir la operación.
Finalmente retiró el pie de mi boca, me besó en la frente y dijo:
—“Esto es todo lo que vas a cenar hoy.”

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