Relato corto 4
Me dijo que íbamos a visitar a unos amigos suyos. Que estuviese puntual, en la puerta de su casa, a las 5 de la tarde.
Allí estaba, tal y como me había ordenado. Ella salió de su casa, con ese aire solemne a la vez que perverso y tan elegante como siempre.
Llevaba un conjunto de cuero negro, chaqueta cruzada, pantalón ajustado, botas altas y mi collar en la mano.
- “Esto no va a ser una simple visita.” Dije para mis adentros.
Al llegar a mi altura, me dio un fuerte azote en el culo con el collar y me lo puso allí mismo, en mitad de la calle. Ella sabía lo que me humillaba llevarlo en público.
- “Vamos perro.” Fueron sus únicas palabras.
Llegamos a la casa de sus amigos, ella llamó al timbre. Mientras, yo esperaba en silencio a un paso detrás de ella.
Abrió un hombre, de mi edad, quizás un poco menos. Vestía un simple bóxer negro y su respectivo collar, que dejaba muy claro su rol.
Sin mediar palabra, nos invitó a entrar y nos acompañó hasta un amplio salón, allí estaba nuestra anfitriona, sentada en un sillón, enfundada en un mono de vinilo granate y unos zapatos del mismo color con un tacón de vértigo. Tampoco dejaba dudas sobre su rol.
Se levantó para saludar a mí ama y se pusieron a charlar un largo rato, sin hacernos ningún caso. Yo, de pie, en medio del salón, con los ojos mirando al suelo, el otro postrado en el suelo al lado del sillón de su ama.
De pronto, la anfitriona chasqueó los dedos y su sumiso se levantó, como un perro que lo van a sacar de paseo. Nos dirigimos hacia una de las puertas del salón. Detrás de ella había una mazmorra totalmente equipada, cruz de San Andrés, potro, jaula de aislamiento, cepo y unos grilletes colgando del techo. En la pared, perfectamente ordenados, una colección de floggers, fustas, palas y algún látigo, creí ver. En una mesa del fondo había todo tipo de accesorios.
Mi ama ordenó desnudarme y que me pusiese en posición de reverencia. De arrodillas, con la cara contra el suelo, los brazos extendidos hacía delante y las palmas de las manos hacía arriba. Mientras, el ama anfitriona encerraba a su sumiso en la jaula de aislamiento.
- “Levántate y ven” Me ordenó la ama anfitriona.
Me llevó hasta el cepo, me ordenó colocar mi cabeza y mis manos en él y lo cerró. Camino del cepo vi como a mi ama escogía uno de los floggers, un gato de nueve colas.
Sentí el primer impacto del flogger en mi piel, rápidamente una quemazón intensa se extendió por toda la zona, le siguieron una serie de unos 10 azotes, firmes y precisos, pero tomándose su tiempo.
Mi ama me liberó del cepo. Acarició mis glúteos, como comprobando el calor que desprendían.
Sin decir palabra, me señaló el potro al que me dirigí obedientemente.
El ama anfitriona se estaba enfundando su arnés sobre su mono granate, mostrándome libidinosamente el imponente dildo que lo remataba.
Me ordenaron tumbarme sobre el potro y ataron mis manos a unas muñequeras de cuero que había en las patas.
No tardé en sentir la punta del frio dildo en mi culo, que aún ardía por la azotaina.
Empezó un lento, pero continuo movimiento. El dolor era intenso, y notaba como la penetración se hacía más profunda a cada acometida.
Mi ama me cogió del pelo levantándome la cabeza.
- “¿Te gusta que te folle otra?” Me dijo a la vez que me abofeteaba.
Sabía que no había ninguna respuesta correcta.
El ama anfitriona aumentó el ritmo, con una penetración más profunda. Una amalgama de sensaciones me invadía.
- “¿Te gusta? ¡Perro! Insistió mi ama, recibiendo una nueva bofetada.
- “Me gusta, señora” Contesté con una voz entrecortada.
En ese momento la mano del ama anfitriona me agarró mí miembro y empezó a masturbarme, sincronizando el movimiento con el de la penetración y me dijo:
-“Córrete, perro.”
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